Letras de la Tierra Sagrada
miércoles, 15 de febrero de 2012
LOS DONES QUE ME DIERON
LOS DONES QUE ME DIERON
LÍMITE SIN REBORDE
LÍMITES SIN REBORDE
Un poema no empieza ni termina por ningún punto de ninguna parte
de este mundo voraz…
Se acepta o no, se sabe, se presiente, se intuye
que algo debe de ser urdido en la metáfora,
y concretarse en búho o en ave mensajera de tropeles fantasmas,
de malones que hieden a sexo entre las bardas, o entre los cañadones,
o entre zampales siempre matrices del deseo
cuando allí se convocan tu cuerpo con el mío por una decisión que cuece en otra parte
quien acuña la extrema moneda del deseo para satisfacer su codicia insaciable.
Duro trabajo el mío. Flexible ante la manda de un compañero ardido que contagia la fiebre,
y el miedo al abandono me convierte otra vez en niño sin sonrojo,
con el frágil pezón negándose a su ira.
Pero por más que grite no hallaré lo que busco.
Sí. Siempre busco a tientas, tentado por los muros del arrepentimiento,
con culpa entre los dedos, con angustia en el alma.
Eros muere, agoniza.
Le cantan una nenia los cofrades de un calmo destino plutocrático.
Mientras tanto me tienes entre tu irresponsable consejera, la culpa,
y el desdén se me vuelve ronca caverna en tránsito.
Me escuchaste el graznido que incita a la venganza.
Me convertiste en eco de un turbio ritornelo.
Me ataste a la garganta la serpiente emplumada.
Y ahora estás detrás, insistiendo en lo mismo, en tanto yo comulgo conmigo en tu espesura,
siempre afiebradamente bordeando el embeleso
y arrojado de mí contra tu pecho a plenas,
tu plenitud de todo mi ser en duermevela,
desnudamente yo, francamente yo mismo.
Pobre modo de amar. Mortecina grandeza.
Soy otra vez yo mismo, soy afiebradamente sepulto entre sus manos,
como mera materia para esculpir en mí la forma con que el otro se conforma a mi modo,
y acaba por formarme desde su envergadura de gran señor de un reino vuelto ya extrema ruina,
de un déspota engendrando la cruz de mis designios
donde me crucifico a costa de la Nada.
Hasta que de repente la ley, médano en punta,
deja de ser aquella que ordenaba en la sádica cruenta prolongación de un mar perdido entre las bardas de otro tiempo ya en ruinas, cuyo número espanta.
Y yo debo de cumplir con el gran desagote,
tras un cederme en blanca cerúlea extremadura
por puro goce cruel de venganza furtiva,
y acabar siendo a plenas androginal deseo.
Acaso todos fueron tan solamente uno,
y es posible que vuelvan a serlo algunas veces
cuando por la llanura de mi piel insumisa
sumisamente abyecto para reptar iluso, procaz, entre la hierba,
hasta abrir los candados que cierran esta boca,
la piedra de esmeralda que anuncia el fin del día
y aquel inaccesible muro donde flamean
los altos orgullosos estandartes del miedo,
de otros altos poderes emanados ahora
de la furia de un dios.
A veces confabulan entre sí -contra ti, contra mí, contra la propia altura más hueca de ti mismo
ángeles de la esencia del que fuera
arrojado de mí.
del primitivo Edén
y otros fieles secuaces amantes de mi sombra,
ricos en sus murallas, tan lejanas de mi alma
se hacen con mi botín alucinado en sombras.
Y un poeta –lo sabes- es apenas un médium, un rehén de otro cielo que delata
en su sombra infernal su profesión de mero bestial ángel de ensueño
que asesina entre garras de envidia solariega
todo lo que le alcanza la voz del enemigo,
ese amante feroz que rueda a toda hora
con su máscara siempre esbozándose, oculta de sí misma,
mi sola proyección de solitario herido.
En ocasiones, sabes, pretendiendo el desborde
suelo asistir al duelo por la muerte del día…
Para la fiesta de las represiones,
En el templo del miedo,
donde oficio de rey de un gran imperio amado…
Nunca podrá saberse cuándo el gran remolino misterioso del cielo
te engullirá la vida, esa parte de dios, severa siempre, y grave,
o de sonrisa leve y que merece por siempre
lo que se ufanan otros que detentan en su alma
el alto privilegio de ser
en tu destino
los fúnebres consortes de mi trono en la sombra,
aquellos que se ufanan vanamente
de descender de aquellos sicarios de la noche
que, armados con la espada que ardía en su pupila y restallaba en mi alma,
socaban tu rubor y te violan de espaldas
pero asimismo cumplen felices, resignados,
su destino de ser ángeles demoníacos,
esos que mi sonrisa que huele a escepticismo
recogió de la hornalla, con esa espumadera
de revolver el caldo donde estaban gimiendo
su triste condición de víctimas postreras
en esta inquisitiva noche de los presagios
las brujas hilanderas de tu incierto destino.
Ángeles necios los mi sonrisa
poblada de un misterio indescifrable
que merece el olvido.
Prestos al vuelo, siempre frustrado el vuelo, y al final solamente
con ansias de perdiz, atormentados,
entre tormentas ciegas.
Mi privilegio es lúgubre
y confieso que apenas es un juego de niños
despeñados del cielo en esta incierta tierra,
y a quienes la serpiente lujuriosa tentara
con su ilusión y a fuerza de siembra de codicia
en las venas de dos que acaso fueron uno,
y es posible que vuelvan a serlo algún mañana.
Rasgados pies, voraz o en anorexia,
seco a veces de plena ceguera malherida,
recuerdo que me amó con fugaz desespero,
pero frutal, al fin, en altos maleficios
un mismo semental a la deriva.
Y tus ojos que miran ese andar de corriente por siempre fugitiva,
y ese desquicio que te significo
desde aquí hasta la Nada.
Siempre frente a la luz de ciega de la Nada
se alza desde ti mismo y corrobora ahora
que existo en esta tierra del despojo hasta el hambre,
por mandato de un dios proclive a la venganza
envidiando mi luz de aborto en duermevela…